miércoles, 5 de marzo de 2014

Provinciana en la capital



Ser provinciana es una forma de vida. Desde el momento en que abandonas la comodidad de tu pequeña ciudad y emigras a la capital, ya sea por obligación o por decisión propia, tu vida cambia completamente. No sólo porque te enfrentas a la ciudad más importante del país, sino también porque adoptas la filosofía del provinciano en la capital: tienes una extraña relación de amor-odio hacia esta ciudad y ves con nostalgia la localidad de la que provienes.

“Provincia” (del latín provincia) se refiere a la ciudad de un país que no es su capital. Por lo tanto, escuetamente, en México habemos 111’949,000 provincianos contra sólo 8’851,000 capitalinos. Sin embargo, el término “provinciano” también posee una connotación negativa, haciendo referencia a la carencia de la urbanidad y modales propios de la gran ciudad. Somos considerados “rústicos”, por así decirlo.

Lo mismo sucede con el término “chilango”, gentilicio coloquial (por cierto, acuñado en mi Estado, Veracruz) de los habitantes del Distrito Federal, muchas veces conocidos en el interior de la República como agresivos y arrogantes.

La realidad es que, en la Ciudad de México, he dejado de ser “de Orizaba, Veracruz” para ser simplemente “de provincia”… porque los defeños sólo reconocen su ciudad y las demás pasan a ser genéricas. Pero está bien. Ser provinciana en la capital implica no poder salir sin un mapa, pero maravillarte a diario por la gran variedad de actividades y rincones que ofrece la capital. Significa tener que levantarte 3 horas antes de lo normal para llegar a tu trabajo, pero estar agradecida porque tienes un trabajo que en tu pequeña ciudad no tenías. Y también significa que sabes lo que es conducir de buen humor, vivir a 5 cuadras del mar y respirar aire puro, llegar sin miedo a tu casa a las 4 de la mañana, o disfrutar el día en vez de perderlo en el tráfico. ¿No anhelan eso los chilangos?

Quizás, solo quizás, el país no está dividido en chilangos abusivos y provincianos ingenuos… Tal vez somos las mismas criaturas asustadas e indefensas cuando estamos fuera de nuestro hábitat natural.

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